Voy andando por mi calle. Camino por el centro de la calzada,
los niños juegan entre el badén y la fuente. Sospecho que hoy
están jugando a guerrear, lo deduzco por sus gritos y sus armas
cargadas de agua. Aparece un coche por la dirección opuesta, corre
deprisa, no hago ningún ademán por apartarme. El tipo frena de
golpe, abre la ventanilla y me grita que si me pasa algo, que si
tengo algún problema o estoy mal de la cabeza. Yo le respondo
que, afortunadamente, ninguna de las tres cosas. Esta noche he
dormido profundamente, he soñado que paseaba por Manhattan
con Sharon Stone, hace tiempo que no visito ningún médico y no
noto la ausencia de ningún tornillo en la cabeza.
Le pregunto si ha observado que esta es una calle definida por
"zona de encuentro", que solo se puede circular lentamente a un
máximo de 20 km hora. Me contesta que ni lo sabe ni le interesa –
está mintiendo. Le insinúo si vale la pena mover el coche para
tener que frenar e ir a 20 km hora. Llegaría mucho antes en
bicicleta, o a pie. Me replica que si le estoy tomando por un idiota.
Le digo que en absoluto; solo le tomo por un cínico arrogante que
siente que la calle le pertenece en exclusiva, y que quizás necesite
dormir un poco más para poder tener mejor humor.
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