El tormento en los aviones no tiene escapatoria. Si decides
evadirte con la programación digital, el impacto traumático y los
efectos mentales colaterales pueden tomar una dimensión futura de
consecuencias imprevisibles. La utilización, hasta ahora, por suerte
limitada, de los iPhone, iPad, tablet, telefonía móvil y sucedáneos,
no contribuye demasiado a la mejora de el intercambio
comunicativo – perceptible, visible y palpable. Solamente el gusto
y el olfato experimentan una ligero conato de acercamiento al abrir
el aluminio de las cajitas de los menús. A eso se suele reducir el
nexo de los sentidos dentro del trasto de metal. La lectura de la
prensa escrita no subsana la aspereza climática en el aparato. El
mundo no ha mejorado con respecto al día anterior; los conflictos
bélicos continúan, la venta de armamento aumenta, los recortes
sociales también, los ricos siguen engordando sus capitales y los
pobres adelgazando sus escasas pretensiones de justicia y
felicidad. Para colmo, cuando llegas a las noticias deportivas,
obviando la desfachatez de la FIFA y el negocio del deporte
profesional, tu equipo del alma – esa poca que te queda todavía –
ha perdido el partido, y además lo ha hecho por goleada.
Doblas el periódico con brusquedad y te levantas para estirar tu
enojo. Por un breve instante se asoma a tu mente un arrebato de
bilis; desearías ametrallar a todo lo que te rodea y eliminar de la
faz del cosmos este jodido planetario entero.
De repente se te acerca un personal de vuelo con sonrisa de 28
grados y playa de arena dorada, te dirige una sonrisa y te ofrece un
vaso de agua mineral que tu aceptas con agrado. Acomodas tu
espalda de número 4 en el estrecho asiento, estiras la punta del
dedo gordo de tu apretado zapato y piensas, como Juan Villoro,
que "estás tan a disgusto con la realidad que los aviones te parecen
cómodos".
Cuando lleges a la terminal de destino y respires aliviado,
recordarás incluso la tabletita de chocolate que distribuyeron antes
del aterrizaje.

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