martes, 29 de diciembre de 2015

QI


    Estiró los dedos, abrió las manos, alzando los brazos hacia el cielo. Los dejó descender, arqueó el pecho, giró ambos brazos hacia los lados, buscando el arco iris. Se balanceó en sus colores, se colgó también de las nubes, traveseando con ellas hasta su evaporación.
Chapoteando en un lago de agua tranquilas comenzó a remar, en un trance apacible e inagotable. Dirigió la barca hacia los rayos solares, llegó hasta el sol. Acariciando su suave perfil curvado, sosteniendo su silueta de los hombros, bailó con él en todas direcciones. 

Asomó la luna contemplando la celebración desde su ángulo encumbrado. También bailó, girando su contorno, iluminando el éxtasis. Un mayor número de bailarines se acercaron en coqueta yuxtaposición irrumpiendo jubilosos en plena simbiosis espiritual; nubes cabalgando alborozadas alrededor de la efeméride; otra bella luna radiante emergiendo de las aguas con esmerada delicadeza, montada sobre el lomo de un esbelto tigre bronceado, sumandose extasiada a la alabanza. Él, con la parte acolchada de sus briosas zarpas la lanzaba una y otra vez hacia las alturas.

Y en ese extenso peregrinaje de esa gozosa efeméride, por detrás del gracil oleaje de la esfera acuática, surgieron las alas abiertas de una paloma voladora surcando la espuma de las olas. A media altura, hipnotizado por el fulgor de tal belleza, el vuelo holgado de un ganso salvaje. Más arriba, en la verticalidad perpetua del firmamento, el elegante malabarismo de un fastuoso águila. Abajo, en la horizontalidad de la tierra, dormido ya el arco iris, los molinos de viento aleteaban impasibles el último resoplo del viento. Desde el prado, un niño observaba, jugueteando con pies, manos y una pelota, el giro inalterable de las aspas. Esas mismas manos que correrían, unos instantes más tarde, la cortina de la ceremonia, serenando el Qi.
Una fiesta de paz interior que regresaría mañana sobre la misma hora. 



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