Las cuatro estaciones del año son un privilegio empíreo. Cada
una de ellas te hace desear las demás. Si, por ejemplo, estuviese
nublado y lloviendo durante medio año, seguramente nos
encontraríamos desesperados por abrazar el sol y gozar de su calor.
Si, por el contrario, las temperaturas no bajasen nunca de los 38
grados diurnos y los 24 nocturnos, nos hallaríamos agobiados
deseando que apareciesen las nubes y descargasen toda su agua
divina y refrescante sobre nosotros.
Si la lluvia no parase nunca, conseguiríamos aborrecerla. Si el sol luciese todos los días, la gente terminaría menospreciándolo. Las cuatro estaciones engendran una armonía que recorre y convulsiona todos los estados de ánimo posibles; desde la euforia más prolífica hasta la pasividad más barbitúrica.
Si la lluvia no parase nunca, conseguiríamos aborrecerla. Si el sol luciese todos los días, la gente terminaría menospreciándolo. Las cuatro estaciones engendran una armonía que recorre y convulsiona todos los estados de ánimo posibles; desde la euforia más prolífica hasta la pasividad más barbitúrica.
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