Allá, en aquel paraje de montaña, en la casa sobre el cerro,
paredes resguardando el tacto de otra época,
recuerdos de juventud osada, tiempos de audaz exaltación.
Añorando el pasado, divagando con embriaguez sobre el ocaso
de la existencia en una cándida tarde de domingo.
La piel guarecida entre la niebla, el ánimo suspendido en el vacío.
Contemplo las agujas de un reloj parado, como el tiempo,
que nos abandonará algún día, extenuado de transitarnos.
Desde la cima de la colina de la vida, imagino nuestro itinerario:
el discurrir de los años, fingiendo despreocupación,
disimulando los latidos, escuchando los silencios.
Llegamos al mundo como en hora punta, briosos y cargados.
Nos iremos – confío –, tranquilos y agotados,
como después de una larga caminata.
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