La noche sumerge mis palabras y las deja bucear por el agua
hasta que no queda más rastro de ellas, y el río, jaleado por su
propio rumor, las devuelve para despertarme. Cada noche me
inserto en un cuadro, una senda, una aventura, un desacuerdo o un
naufragio. Veo los pájaros incoloros, el cielo pintado de carmín,
diseminado en la lumínica de sus labios. El horizonte liso e
ingenuo como de costumbre, disimulado solamente por la torre de
alguna iglesia o el vuelo exultante de las cigüeñas. Cuando el
barco pone rumbo a la deriva, en la aventura pierdo a mis
acompañantes, el desacuerdo termina en gresca, la senda se
difumina y el cuadro se descuelga estallando contra el suelo en mil
pedazos, yo pierdo el equilibrio y me despierto.
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