Tu smartphone te manipula como un investigador a un ratón en
un laboratorio, a pesar de que tu creas lo contrario. Tú le enciendes
y le apagas a tu gusto, creyendo, con ese imperceptible
movimiento digital, que le das vida o lo eliminas. Cuando supones
haber hecho esto último estás completamente equivocado. Su
corazón sigue latiendo aletargado, sabiendo que volverás a
conectarte.
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