martes, 9 de febrero de 2016

SEMANA


    El domingo se consume tan rápido como una tableta de chocolate. Su existencia puede ser tan efímera como la hostia de la comunión eclesiástica disolviéndose a la entrada del paladar de los feligreses. 

Los lunes pasan sin pena ni gloria por la pasarela semanal, se alegran los zapateros y bosteza el mundo entero. 

Martes y miércoles son tan parecidos e intercambiables como dos hermanos gemelos. La vestimenta del uno puede sustituir a la del otro y viceversa. 

El jueves es la incógnita de la semana. De semejante día puede brotar cualquier cosa: una cita con el psicólogo, una visita al circo, otra cita esperanzadora – con una posible candidata a novia – anulada por un resfriado inexistente, una tormenta a la salida del supermercado, o la familia que ha vuelto a discutir. 

El viernes es el optimista de la semana; prepara los fuegos de artificio, alegra un poquito el frigorífico y te invita a olvidar jefes, empleados y aguafiestas. 

A el sábado se le supone, independientemente de la ubicación continental en la que estemos situados, el nirvana; o lo devoramos entero – día y noche incluidos – o lo saboreamos lenta y eternamente como haría Buda. 

El domingo regresarán de nuevo la velocidad y el chocolate. Por si coincide que es jornada electoral y, como casi siempre, ganan los que no deseamos, habrá que tener preparado un buen contingente de licores y estupefacientes para soportar, una vez más, la hibernación mental de nuestras mayorías silenciosas. 


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