Ella llega agitada, a trompicones. Él ya está sentado, con la
consumición sobre la mesa, la punta del zapato derecho golpeando
nerviosa contra el suelo. Intercambian unas cuantas palabras,
realizan una serie de aspavientos circenses. Se levantan y se
pierden en direcciones contrarias. No han arreglado nada. Dentro
de una semana regresarán a la misma cafetería, parapetado cada
uno detrás de su teléfono movil. La separación está más cerca.
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