Un tren va en marcha hacia el norte. Un autobús asoma el morro
por el paso elevado sobre las vías, señalando el sur. En ese mismo
instante, 8000 metros más arriba, un avión circula en dirección
desconocida. A ninguno de ellos los conozco. Del tren me fue
divorciando una adicción incontrolable a esa desquiciada celeridad
de nuestro sistema de comunicaciones. De larga distancia el
penúltimo lo tomé hace tres años y el último lo ví en televisión.
Aquello me dejó un poso de amargura y un cierto complejo de
culpa que me persiguen hasta hoy. Es como una historia de amor
irracional; es al que más amo pero, lamentablemente, no voy casi
nunca a su encuentro. Al próximo que me suba le pediré todas las
disculpas pendientes postrado sobre su confesionario: la barra del
Vagón-Bar.
Los autobuses, al margen de los servicios locales, para trasladarme
en distancias cortas, el resto los abandoné un día ya lejano en plena
carretera. Mis articulaciones comenzaron a rebelarse contra el
desguace prematuro ocasionado por el carruaje. Al principio me
sentí un poco como un pequeño traidor del proletariado, pero aquí
la decisión no tenía remedio ni vuelta de hoja. Fue algo parecido a
la pasión de Jesucristo; no me importaba que me crucificasen. Si
me quieren matar que me maten pero esto se acabó. Solo volvería
a tomar uno cuando mi monedero estuviese lleno de agujeros.
Los aviones son los que más utilizo, por desgracia, contra mi
voluntad. Cuando entro en la terminal de un aeropuerto mi
organismo comienza a sufrir un proceso acelerado de mutación
hormonal. Paso, como sedado sobre la camilla de un hospital, por
las tiendas de Duty Free, entro en el embarque con el semblante de
un sonámbulo, los ojos abiertos pero sin ver.
Con una mecánica intuitiva encuentro mi asiento. Miro
discretamente a mi alrededor, a ver quienes me acompañan en la
sala de tortura. Curiosamente, cuando el bicho de metal está en lo
alto de los cielos y observo allá abajo la tierra pequeñita, comienzo
a creer, con una escuálida convicción, que quizás el suplicio pueda
tener un desenlace feliz.


No hay comentarios:
Publicar un comentario