"¿Estamos solos en la galaxia o acompañados?, ¿Existe el más allá?, ¿habrá reencarnación?".
Estas y algunas más eran preguntas que formulaba la sátira
musical de la banda gallega "Siniestro Total" en
uno de sus viejos temas allá por
los inicios de los años 80, siguiendo un poco la senda de aquel cuadro de Paul
Gauguin titulado "¿quiénes somos?, ¿de donde
venimos? y ¿hacia donde vamos?" , pintado en diciembre de 1897 durante su estancia
en Tahití, donde vivió sucesivamente en un estado de euforia y depresión.
Las preguntas que se
hacían y hoy continúan haciéndose "Siniestro Total" y medio mundo.
La pregunta ahora, en
una versión más actualizada, sería la siguiente:
¿Estamos
más cercanos o más solos que hace treinta años?
Cuando entramos en
internet podemos observar casi todo: La habitación del hotel donde alquilaremos.
Los mosquitos de la playa donde
nos entrenaremos en gimnasia digital navegando con el iphon, al lado del agua,
sin mojarnos. La carita de caramelo de la sobrinita de Miami
enviándonos un beso de 7000 Gigabyte. El estado actual de importantes investigaciones. El
desarrollo de proyectos y productos de última generación.
La impensable nueva boda de George
Clooney. La Discovideo de Youtube sin movernos del salón de casa. Las patadas
de los poderosos sobre los indefensos. Los conflictos de intereses
estratégicos. La venta de armas y más armas. El fanatismo. La manipulación
religiosa. La última entrevista de Raul Castro con Obama o el nuevo Look de
Britney Spears.
Las redes han
desarrollado una forma de aprendizaje o información demasiado ansiosas. Un tipo
de entretenimiento estresante. Algo
similar a la diferencia entre la comida “elaborada” casera o la comida
“resumida” basura. La tecnología digital ha mejorado enormemente la
operatividad de la vida, ha aportado un concepto más amplio de la eficacia,
pero no nos ha hecho más sociables y tampoco nos ha liberado del confinamiento.
Como dice Umberto Eco: "Internet podría remediar la soledad, pero resulta que la ha
multiplicado".
Como muchos productos modernos, infectados de
publicidad engañosa, que se conciben en clave exclusivamente positiva y
esplendorosa, aparecen con posterioridad las adicciones, intoxicaciones y el
tratamiento de los efectos secundarios – para algunos pudieran definirse como
primarios. De hecho, ya hace años
que existen en Asia y en EE.UU centros de desintoxicación a la adicción a
internet.
Las preguntas se
multiplican, decíamos: ¿más cerca o
más lejos?, ¿menos o más solos?.
¿Es posible compatibilizar
comunicación virtual y no virtual?, ¿Somos capaces de habitar sobre la tierra
compaginando comportamientos en consonancia con el equilibrio biológico?,
¿Somos capaces de evitar la manipulación de nuestra desdicha o felicidad?,
¿O somos un rebaño de
ovejas con lobos y zorros infiltrados camino del precipicio?.
El derrotero que lleva
el mundo reabre el congelador de mi pesimismo. Si no se ha resuelto el problema
del hambre, la desigualdad y la pobreza, ¿quién se imagina aspirar a
democratizar la tecnología?. Hace ya tiempo que mi esperanza enflaqueció y a mi
rabia la devoró un incendio.
Yo restringiría el uso del sistema digital al funcionamiento básico del bienestar común – actividad de empresas y servicios, tecnología y movilidad, traslado de personas, bienes y mercancías –, y del estado – sistema sanitario, transporte y comunicaciones, educación, investigación, comercio, turismo, cooperación y desarrollo –, los fundamentos básicos de la sociedad. Tiraría todas las computadoras, iPads, iPhones y el resto de la bisutería de uso privado por la ventana y comenzaríamos una película nueva. En calzoncillos, como Jesucristo camino del monte Calvario.
Abogo, para empezar a
acostumbrarnos, por un colapso mundial originado por una acción natural que
paralice la red y nos deje a todos desconectados, nos baje de la galaxia en la
que revoloteamos y nos deposite en la tierra. Esa que cruzamos todos los días
casi sin verla ni tocarla.
¡Una acción
sincronizada de volcanes en erupción!.
¿Se acuerdan ustedes
todavía del Eyjafjallajökull?.

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