viernes, 4 de diciembre de 2015

PUNTO CERO

     Abrió la puerta del balcón del hotel. La habitación estaba esplendorosa, acribillada por los rayos solares. Afuera vibraban las olas, rebotando una y otra vez contra el dorso moreno de la arena, como en una inconmensurable celebración amorosa. Un viento sedoso surfeaba la isla. Contemplando el confín de las aguas marinas, le pareció sentirse lejos sin estar del todo solo. Se preguntaba por que a menudo marchamos a un lugar apartado para encontrarnos cuando, en realidad, debiéramos hacerlo para perdernos y empezar de nuevo.

Salió a pasear por la campiña de la isla, sin ruidos de motores o voces de televisores. Solo el rebuznar de un asno y el ladrido de un perro lejano filarmoneaban los prados. La brisa litoral adentrándose en los campos de flores, coqueteando con los eneldos y las capuchinas, besándose con los lirios y la damasquina, transportando su savia de sal hacia el interior como lo haría una abeja marinera. Las calles vacías con sus aristas abiertas, como brazos silenciosos de un río caminando hacia su desembocadura. Él entraba y salía de sus pensamientos migratorios sin sentir la sangre espesa, sin esa opresión que le despidió a su partida en el aeropuerto. Recreándose en la prolífica exhibición de la naturaleza reflexionaba sobre el lado deshabitado de su existencia y la endémica  premura, aparentemente irreparable, de su espíritu. Meditando hacia donde ir, descubría que ni siquiera sabía si debía de llegar a alguna parte.

El comienzo puede estar delante o detrás de nosotros, como el precipicio. En ocasiones, nuestra propia falta de voluntad nos aleja de las soluciones. 
Empezar de nuevo, con un puñado de arena adormecido en la entrepierna de nuestros pantalones y la piel impregnada de agua salada, sea quizás ese "punto cero". Un intento de reinventarnos en esta vida antes de que llegue la siguiente y nos toque ser pollo o cucaracha.


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