Salió a pasear por la campiña de
la isla, sin ruidos de motores o voces de televisores. Solo el rebuznar de un
asno y el ladrido de un perro lejano filarmoneaban los prados. La brisa litoral
adentrándose en los campos de flores, coqueteando con los eneldos y las
capuchinas, besándose con los lirios y la damasquina, transportando su savia de
sal hacia el interior como lo haría una abeja marinera. Las calles vacías con
sus aristas abiertas, como brazos silenciosos de un río caminando hacia su
desembocadura. Él entraba y salía de sus pensamientos migratorios sin sentir la
sangre espesa, sin esa opresión que le despidió a su partida en el aeropuerto.
Recreándose en la prolífica exhibición de la naturaleza reflexionaba sobre el
lado deshabitado de su existencia y la endémica
premura, aparentemente irreparable, de su espíritu. Meditando hacia
donde ir, descubría que ni siquiera sabía si debía de llegar a alguna parte.
El comienzo puede estar delante o
detrás de nosotros, como el precipicio. En ocasiones, nuestra propia falta de
voluntad nos aleja de las soluciones.
Empezar de nuevo, con un puñado de arena adormecido en la entrepierna de nuestros pantalones y la piel impregnada de agua salada, sea quizás ese "punto cero". Un intento de reinventarnos en esta vida antes de que llegue la siguiente y nos toque ser pollo o cucaracha.
Empezar de nuevo, con un puñado de arena adormecido en la entrepierna de nuestros pantalones y la piel impregnada de agua salada, sea quizás ese "punto cero". Un intento de reinventarnos en esta vida antes de que llegue la siguiente y nos toque ser pollo o cucaracha.

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