Hace algún tiempo no muy lejano, conversando con un amigo sobre el fatigoso devenir de este mundo, él se empeñaba, una y otra vez, en anular todo el tono de color de las cosas que, a mi modo de observar, todavía lo poseían. Llegados al mar se me anticipó, e intuyendo mi consideración, me arguyó: tu pensarás, por ejemplo, que el mar Mediterráneo es azul todavía, pero te equivocas, ese mar es negro. Y no creas que lo digo por las motas de aceite o las enormes islas de plástico que cada vez en mayor cantidad flotan sobre él, sino por que todos los que se ahogan en sus aguas son negros. Esa muerte tan negra se ve reflejada en el mar mejor que en ningún otro lugar. El azul de la playa donde nos bañamos es solamente un destello imaginario que transportamos en la memoria. Una especie de ilusión óptica.
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