La hoja se desprende del árbol en otoño, en una especie de acto
ritual de emancipación.
Ya extinta, o quizás no del todo todavía, a causa de esos misterios
en los que la biología no puede discutir una respuesta absoluta a la
mística, decide terminar sus últimos días mecida a los pies de otros
muchos árboles y hojas que la contemplaron.
El viento ayuda a distribuir la figura de su belleza y colorido por
la pradera, en semejanza con el encomiable trabajo que realizan las
abejas; extensión de la vida a través del polen.
Un proceso largo, servicial y silencioso para cumplimentar una estampa imperecedera, repetida en una lontananza más infinita que la de ningún otro ser vivo.
Un proceso largo, servicial y silencioso para cumplimentar una estampa imperecedera, repetida en una lontananza más infinita que la de ningún otro ser vivo.
La hoja se mece sobre los campos, se deja barrer, pisotear y
arrastrar sin oponer resistencia alguna.
De vez en cuando, algún absorto y piadoso ser racional que transita el bosque sin la premura del desenlace del recorrido, recoge un ejemplar, le dispensa un tratamiento de secado y la convierte en inmortal.
De vez en cuando, algún absorto y piadoso ser racional que transita el bosque sin la premura del desenlace del recorrido, recoge un ejemplar, le dispensa un tratamiento de secado y la convierte en inmortal.

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