Me tendí sobre el banco de piedra, estaba frío, como esos espacios
nuestros intuidos, olvidados en nuestro congelador particular. Caminé
atravesando el puente de hierro, bordeando la línea del tren, comprobando como
el ruido metálico transportado por las vías puede sonar también frío;
alejándote de la vida en lugar de acercarte a ella; como las sombras que se trasladan sigilosas,
boicoteando la diagonal del sol, con una estrategia caprichosa e imprevisible.
En un prado igualmente sombreado, sobre el flanco de un meandro, decidí
tumbarme desnudo entre la tierra, el agua, la sombra y las piedras, sublevado
ante el dictado de la naturaleza, como un desatado penitente, en la ebriedad
más absoluta del silencio. Desafiando esa tarde gélida y desapacible, pretendiendo
que el poder de mi vida imaginaria se impusiese sobre el frío caprichoso de las
nubes.
No deberíamos infravalorar el
poder de nuestra voluntad, la victoria estuvo cerca…
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