Después de haber visto marchar la nostalgia de amores errantes, ahora
perseguía el mundo ávidamente, como una melodía en las ondas radiofónicas, con
la esperanza de encontrar un corazón despoblado, en lista de espera. Un buen
día, en ese recorrido contra el tiempo, sintió la imprevista fricción de una
caricia involuntaria, que esperaba detenida, igual que ella, sin prisas, en la
parada de tranvía, sin la urgencia de entrar o descender, en medio de la plaza
de Bellavista. Allí nació el nuevo cauce de un río, la corriente que abría los
paréntesis y arrastrabra comas, puntos y aparte e interrogaciones.
De aquella confluencia imprevista,
de aquel ingrávido roce, voló, elevándose como un presumido sol de verano, un
canto de futuro.
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