Demasiada gente lleva un preservativo en la lengua, no precisamente para
practicar alguna nueva técnica sexual o gozo divino sino para que,
lamentablemente, nada gotee de semejante miembro tan afamado. Demasiada gente
traslada su corazón envuelto en una bolsa de plástico, dejando apaciguar su
ansiedad delante de las lunas de los escaparates. Las
luces de la ciudad adornan esa soledad. El frigorífico de la cocina mitiga la
gelidez del espíritu y los muebles recubren las ausencias. Viven en la corteza
del ruido, protegiéndose del pánico de los silencios. En realidad ellos no se
dan cuenta de casi nada aunque el mundo, inevitablemente, les necesita.
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