Hubo un tiempo pasado en que no soportaba a las palomas. Que
semejante especie hubiese sido elegida símbolo de la paz, entre
otros, por artistas tan respetados como Pablo Picasso, me parecía
de una ranciedad incomible. Con el tiempo la aversión fue
amainando. Cuando fui descubriendo el instinto depredador y
despiadado de las gaviotas y la espantosa tortura sonora de las
urracas, mi vida pegó un giro de 180 grados. Ahora anida en el
jardín una pareja de palomas turcas que descienden alguna tarde
hacia la rama más baja del saúco y nos saludamos mutuamente con
deleite, cerca de la devoción.
He ganado una nueva amistad a cambio de encontrar dos nuevos
enemigos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario