Disfruto la placidez del cine en la sesión de después de las
comidas, tan sólo tres o cuatro espectadores me son suficientes
como acompañantes. Mientras las butacas reposan vacías, ausentes
de traseros que las espachurren, se respira una tranquilidad
fastuosa. A esas horas el personal anda por ahí metido en líos de
burocracia, asignando contorno a su musculatura en el gimnasio o
comprando cosas en las grandes superficies, un deporte
fuertemente en apogeo.
No tener que compartir compulsivas carcajadas cuando la escena
no lleva una pizca de gracia vale ya la mitad de la entrada. En esto
las comedias detentan el riesgo más elevado. Con los Thriller ya
no me importa que aparezcan algunos espectadores más.
Como decía el querido Javier Tomeo: "si eres el único espectador
y el asesino te descubre, no vale la pena que pidas auxilio"
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