De pie en el andén
contemplas la pose mecánica
de cientos de individuos,
serios, opacos, silenciosos,
como disciplinados soldados,
esperando el tren,
parapetados detrás de sus auriculares.
Todos se sienten diferentes,
todos se sientan solitarios,
como si la distancia y el espacio
fuesen capaz de apaciguar la indiferencia.
Por fin llega con alivio tu parada
acaricias el botón que abre las puertas
te giras con un último soplo de esperanza
pero nadie ha alzado la mirada de su iPhone,
ni siquiera para observar ese mágico
abrir y cerrar de puertas
de esa lujosa prisión arquitectónica
con estética de moderno ferrocarril.

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