Voy
por la calle, no veo a nadie, ningún peatón, ningún auto, ni siquiera las hojas
de los árboles mecen tenuemente como de costumbre. Tanta quietud me sorprende.
¿Me habré ido ya del anterior y estoy en otro mundo?. Toco la señal de tráfico,
es de metal, es real, existe. Tomo el camino del arroyo, observo las ovejas
tumbadas en el prado. En la granja no hay nadie trabajando, tampoco el perro
haciendo guardia delante de la casa. Me adentro en el bosque, solamente el
grácil vuelo de un verderón acompaña el silencio universal. No entiendo nada
pero me da igual, me invade un éxtasis pletórico.
De repente, un pitido mortificante me
sobresalta. ¡Execrable crueldad!, un día tan verenable, con todos los mortales
desaparecidos, desbaratado por el soniquete de un maldito despertador.
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